Trabajadores domésticos: ‘Somos como la basura que nos piden que recojamos’

Gilda Blanco en Rainier Beach, Seattle, en marzo. (Fotografías de Lindsey Wasson.)

Traducido por Kenneth Barger

Gilda Blanco vino a los Estados Unidos de un pequeño pueblo en Guatemala para trabajar como trabajadora doméstica.

Hace aproximadamente cinco años, Blanco, mujer alta con curvas, conoció a un hombre que estaba interesado en contratar a alguien para limpiar su casa en Bellevue. Le describió una casa lujosa. Pero cuando Blanco llegó, le estaba esperando un traje de enfermera. El hombre le agarró los pechos y las nalgas.

“Es muy difícil definir ese sentimiento de coraje, de dolor, de decepción cuando alguien te ve de esa manera. Te engañan más que todo, haciéndote creer que quieren una trabajadora de limpieza y, cuando llegas a la casa, lo tienen ahí preparado”, dijo Blanco en una reciente entrevista.

“Creía yo que situaciones de acoso sexual una las podía manejar y defenderse como mujer, pero no es así”, continuó. “Porque es tan difícil enfrentarse a los hombres, sobre todo cuando estás en un área aislada, realmente no sabes lo que va a pasar... muchas veces tu vida está en riesgo”.

Las experiencias de Blanco como trabajadora doméstica en los Estados Unidos, junto a la agresión sexual que sufrió en su país, han cobrado un precio. Pero Blanco se ha mantenido en pie. Hoy en día, a sus 47 años, Blanco es una organizadora importante en el movimiento para abogar por los derechos de los jardineros, cuidadores de niños, trabajadores de limpieza y otros trabajadores domésticos.

Es un reto para nosotras decirle a la sociedad, somos mujeres sensibles que también amamos, que podemos sentir, que tenemos valor. ¿Cómo puedes mandar ese mensaje a la sociedad cuando ya te tienen estereotipada?
— Gilda Blanco

“Saben que somos inmigrantes, saben que no tenemos papeles, pero aun así piensan de que tienen derecho de tenernos como su propiedad y abusar de nosotros”, señaló Blanco. “Muchos de estos beneficios son simplemente humanos, independientemente de qué tipo de trabajo estés haciendo”.

Blanco considera que la agresión sexual afecta desproporcionadamente a las trabajadoras domésticas afrodescendientes.

“Nos denigran, como objeto”, dijo Blanco. “Es muy difícil. Es un reto para nosotras decirle a la sociedad, somos mujeres sensibles que también amamos, que podemos sentir, que tenemos valor. ¿Cómo puedes mandar ese mensaje a la sociedad cuando ya te tienen estereotipada?”

“Estas historias se queden dormidas allá dentro”, dijo Blanco entre lágrimas. “No hay nadie que nos escuche. Y la sociedad te manda un mensaje y te dice, eres mayor, tú ya sabes”.

Gilda Blanco en Rainier Beach, Seattle, en marzo.

Aproximadamente 33,000 trabajadores domésticos viven en el área de Seattle. La mayoría de los trabajadores domésticos, excepto los menores, trabajadores temporales y “acompañantes” (personas que proveen compañía para ancianos y personas con discapacidades), están amparados bajo la Ley de Normas Razonables de Trabajo (Fair Labor Standards Act, o FLSA) de 1938, que establece normas federales tales como sueldos mínimos y pago por horas extra, independientemente de la condición migratoria del trabajador. El problema, según los expertos, radica en que muchos empleadores no aplican la ley, a veces por simple ignorancia. Y muchos trabajadores domésticos sienten que no conocen sus derechos, o que no tienen a dónde recurrir si sus derechos son violados.

En un esfuerzo por brindar mayores protecciones a los trabajadores domésticos, el Concejo Municipal de Seattle  presento el borrador de una nueva ley este jueves. Ocho estados ya han aprobado leyes para garantizar ciertos derechos laborales de los trabajadores domésticos: Nueva York, Hawái, Massachusetts, California, Connecticut, Oregón, Illinois y Nevada. La primera fue la Carta de Derechos de Nueva York, aprobada en 2010, que les garantizaba a los trabadores domésticos el pago por horas extra, varios días libres pagados por año, un día completo de descanso por semana y protecciones contra el acoso sexual y la agresión sexual.

La propuesta de ley de Seattle garantizaría un sueldo mínimo para los trabajadores domésticos, excepto aquellos que viven en la casa en que trabajan. Les garantizaría también descansos regulares. Y crearía una Junta de Normas para Trabajadores Domésticos para hacer recomendaciones a la ciudad en relación a protecciones legales, beneficios y condiciones laborales.

La propuesta de la Junta de Normas para Trabajadores Domésticos es significativa porque históricamente, los trabajadores domésticos han quedado excluidos de la Ley Nacional de Relaciones del Trabajo (National Labor Relations Act, o NLRA), que permite que los empleados se sindicalicen y negocien para mejores condiciones laborales. La NLRA fue aprobada en la época del Nuevo Trato, cuando el gobierno establecía numerosos programas para paliar los efectos de la Gran Depresión. Pero legisladores del Sur lucharon por excluir a ciertas personas, tales como los trabajadores domésticos, para mantener el control sobre la mano de obra negra barata.

La Junta de Normas para Trabajadores Domésticos se constituiría de nueve miembros, incluyendo trabajadores domésticos, empleadores y representantes de la comunidad. Brindaría capacitación para los trabajadores domésticos sobre leyes laborales y los educaría acerca de la discriminación y el acoso sexual. Procuraría establecer acceso a licencia por enfermedad y licencia familiar pagadas, jubilación, beneficios de salud y otros beneficios a través de un banco de horas o una estructura de beneficios transferibles donde tanto empleadores y empleados podría contribuir.

Seattle City Councilmember Teresa Mosqueda during a vote to repeal the head tax at City Hall in Seattle, June 12, 2018. (Photo by Matt M. McKnight)
La Concejal de Seattle Teresa Mosqueda durante la votación para revocar el “impuesto por cabeza” en la Alcaldía de Seattle. (Fotografía de Matt M. McKnight.)

La propuesta establecería también sanciones por represalias contra los trabajadores que ejercen sus derechos, y les prohibía a los empleadores amenazer con reportar la condición migratoria de los empleados.

La Concejal Teresa Mosqueda, que ha estado al frente de la lucha por proteger a los trabajadores domésticos de la región, ayudó a escribir la propuesta de ley. “Lo que pretendemos hacer en Seattle es asegurarnos de que todos los trabajadores domésticos realmente cuenten con las protecciones que uno esperaría que recibiera cualquier trabador en nuestra comunidad”, dijo.

“Si usted se pone a pensar quién es esta población, se trata de los trabajadores más vulnerables: mujeres, personas de color, migrantes. Y yo, como mujer, como persona de color, como alguien que no tiene sus orígenes en la riqueza histórica, quiero asegurarme de que estemos invirtiendo en estos trabajadores de la misma manera que lo haríamos con cualquier trabajador, sacándolos del mercado gris”.

Mosqueda se refirió al reciente fracaso de la propuesta de un nuevo impuesto sobre los negocios en Seattle, agregando que “Creo que la ciudad necesita algo menos controversial. Y existe mucho interés en estos momentos en promover esta iniciativa”.

La organizadora comunitaria y trabajadora doméstica Silvia González posa en Casa Latina en Seattle en abril.

La Seattle Domestic Workers Alliance realizó recientemente una encuesta de 174 trabajadores domésticos en la ciudad. Descubrió que la mayoría vive dificultades económicas. La encuesta reveló que las personas de color ganaban menos que sus homólogos blancos. La mayoría no tiene seguro médico, y muchos trabajan sin otros beneficios tales como días de baja por enfermedad pagados.

A pesar de los bajos sueldos, la mayor parte de los trabajadores domésticos no son jóvenes, ni han entrado recientemente a la fuerza laboral. El informe concluyó que la edad promedio de los trabajadores encuestados era 39 años. De estos trabajadores, el 18 por ciento ha sufrido el acoso o el abuso en el trabajo, y el 17 por ciento ha sido objeto de agresión o acoso sexual en el trabajo. Un número mayor de trabajadores de color sufrió abuso: 32 por ciento en comparación a 4 por ciento para los trabajadores blancos.

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La organizadora comunitaria y trabajadora doméstica Silvia González posa en Casa Latina en abril.

Silvia González conoce la inseguridad cotidiana que viven los trabajadores domésticos. Es una organizadora en la organización sin fines de lucro local Casa Latina, y una trabajadora doméstica también. Durante años, González tuvo dos trabajos, limpiando casas y preparando sándwiches por el sueldo mínimo en la cadena Quiznos para ganar un dinero extra para pagar los estudios de su hija en Washington State University.

“Yo recuerdo que yo vine a los Estados Unidos para una mejor educación para ella. Y luego llegar y no luchar, ¿para qué tú te viniste? No tiene caso. Dejaste todo atrás. Tu familia, tu cultura, tu país”, dijo González, mexicana de nacimiento, en una reciente entrevista.

González, que organiza un grupo de mujeres en Casa Latina, relata que recibe muchas quejas de lesiones sufridas en el trabajo. “Lo aguantamos, pero después nos damos cuenta que lo que pensamos no era nada, puede ser algo grave”, explica, agregando que muchos trabajadores, además de perder sueldo por el tiempo de baja, se ven obligados a pagar las facturas médicas.

Kassandra Gonzalez Espinoza, photographed in her apartment in White Center on March 17, 2018.
Kassandra González Espinoza en su apartamento en White Center el 17 de marzo de 2018.
Este es el caso de la trabajadora doméstica Kassandra González Espinoza. González, 49 años, trabaja a tiempo parcial en la limpieza y cuidando niños. Se las arregla a duras penas, compartiendo un apartamento de una recámara con su esposo en White Center, la sala llena de plantas e imágenes religiosas aztecas. Hace un año, González se resbaló cuando estaba fregando el piso y rompió el tazón italiano de $300 de su cliente. “La señora ni me preguntó cómo estás”, recuerda González. “Se preocupó por su tazón y que se lo pagara”.

González sospecha además que la tratarían más justamente si no fuera transgénero. “A veces las cosas son obvias, no necesitas que te lo demuestren o que te lo digan”, dice. “Nadie te va a decir, ay, no vengas porque eres así”.

Aun así, González se considera una de las más afortunadas. A diferencia de muchos de sus colegas, emigró de México, pero ahora es ciudadana de los Estados Unidos con derecho a Medicaid, lo cual le da más pie para protestar. “Hay mucha gente que es abusada, muchas housekeepers”, dice. “A veces la gente, porque no tiene papeles, o porque no hablan inglés, se quedan calladas”.

“Y ahora con el nuevo presidente que hay, menos”, explica González. “Mucha gente se aprovecha de eso, se aprovecha del miedo. ¿Quién nos protege?”

Etelbina Hauser en Rainier Beach, Seattle, en marzo.

Etelbina Hauser, hondureña de 56 años, cuenta la historia del día que estaba limpiando la casa de una pareja, cuando el marido le pidió que remplazara el papel higiénico. Aunque a Hauser le parecía una solicitud extraña, hizo lo que se le pedía. Al abrir la puerta, vio al hombre de pie delante de ella con una erección. Hauser temblaba y reprimía las lágrimas mientras relataba los hechos en una reciente entrevista. “Estaba completamente desnudo con una sonrisa—hey, aquí estoy”. Hauser le tiró el papel higiénico, recogió sus pertinencias y se marchó. Cuando llamó a la esposa del hombre para explicar por qué ya no trabajaría para ellos, esta la acusó de mentir.

Etelbina Hauser, photographed in Rainier Beach, Seattle
Etelbina Hauser en Rainier Beach, Seattle.

En otro incidente, después de distribuir volantes para ofrecer sus servicios de limpieza, se le acercó un hombre que resultó estar más interesado en sexo que en limpieza. “Temblé como una tonta”, recuerda Hauser. Huyó a una cabina telefónica para llamar a alguien para que la fuera a buscar. Hauser comenzó a preguntarse, “¿qué tengo yo para que me persigan situaciones de esta índole?”

Hauser, mujer robusta y tranquila que lleva diminutos bucles de oro en las orejas, ahora cuenta con clientes con son buenas personas. Pero estas experiencias la han llevado a abogar por los trabajadores domésticos. “Hay un montón de mujeres... que somos vistas como, ah, es una trabajadora, nosotros podemos hacer lo que queramos hacer con ella”, dice Hauser. “Somos como que dicen vengan a recoger esa basura, que tú también eres parte”.

“Nadie nos hace caso, nadie nos cree, nos intimidan”, explica. “¿Dónde está la dignidad, dónde está el respeto? Eso es lo que estamos reclamando”.

“A todas esas personas que han pasado lo que yo viví, que salgan a la luz, que no tengan miedo”.

Emily Dills, fundadora de Seattle Nanny Network, está entusiasmada por la propuesta de ley. Aclara que la mayoría de sus clientes no son personas ricas, sino madres ocupadas que tienen niños y trabajos. Dills comprende por qué ciertos empleadores podrían resistirse a la propuesta por miedo de que el reglamento vuelva demasiado costosos los servicios de los trabajadores domésticos. “Creo que la gente busca cualquier forma de ahorrar”, dice Dills.

Por su parte, Mosqueda tiene un interés personal en el tema. Su suegra de 68 años de edad sigue trabajando como trabajadora doméstica, cuidando a dos niños.

“Creo que deberíamos... asegurarnos de que aquellas personas que cuidan a nuestros pequeños y ancianos sean cuidadas también”, dice.

Mientras tanto, los movimientos #MeToo o #YoTambién han movilizado a las mujeres para que denuncien el acoso y el abuso sexual.

“Jamás ha habido un momento más oportuno”, asegura Mosqueda.

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About the Authors & Contributors

Lilly Fowler

Lilly Fowler

Lilly Fowler is formerly a reporter at Crosscut, where she focused on race, immigration and other issues.